Es
un buen chico, pensé. Sin añadir
comparación alguna, me dije de nuevo, sí, es un buen chico.
Eran
poco más de las ocho de la noche y mientras veía el sol ocultarse reparaba una
y otra vez en las postales que Guadalupe (mi compañera del taller de cine) nos
lleva a todos a la Filmoteca de la UNAM. El jueves pasado mientras veníamos de
regreso en el metro me dijo: “Sabes compañera, me da esperanza saber que
todavía existen Mafalditas como tú. Ya me puedo morir tranquila”. No fue
casualidad haberla conocido. Mientras recordaba las historias que me vino
contando durante el trayecto a casa tenía entre mis manos la postal que más me
ha gustado hasta ahora. “Canto de grillos”, una obra de Hermenegildo Sosa. Al
reverso de ésta sólo hay un par de vacas pastando, perdiéndose en la obscuridad
con sus traseros todavía iluminados por los pocos rayos de la puesta de sol que
las acompaña; de los grillos, ni sus luces. Supongo que ellas pueden oír su
canto.
Para
cuando levanté la vista de nuevo el cielo estaba negro azulado, totalmente
despejado; la luna sonreía y a su lado el par de estrellas que han danzado con
ella durante todo el mes de abril. Y pensé de nuevo: sí, es un buen chico.
Desde
hace algunos años llevo un diario personal. Escribo todo lo que me ocurre
durante mis cortos días (últimamente siento que el tiempo corre demasiado rápido)
y recordé que hace un par de semanas escribí unas notas donde me explicaba a mí
misma el desencanto por el cual estaba pasando:
“Siempre procuro abrir bien los ojos, estar alerta.
No quiero que nada, ni nadie, se me pase (escape). Mi mamá parece conocerme muy
bien, cada vez que algo raro pasa conmigo, lo sabe. A la jefa nada se le
escapa. Es una pitonisa, de un tiempo para acá lo he confirmado. Pronto será su
cumpleaños y no tengo ni idea de qué obsequiarle.
Creo que no hay regalo material que pueda pagar o
compensar lo que ella me ha brindado. Tiene el don de siempre hacerme sentir
bien; nunca me ha dejado sin respuestas. Cuando me hicieron el corazón añicos,
ahí estuvo, para abrazarme, para escucharme, y también para regañarme. Estuvo
ahí para recordarme que nuestro paso por la vida es muy corto. Recuerdo bien
sus palabras: Tírate al dolor, pero sólo por cinco minutos y no más, luego
sóbate, levántate de nuevo y chíngale. No hay nada de malo en vivir tu
sufrimiento. Enfrenta tu duelo. Pero ya te dije, no te pases de tiempo.
Hoy que fue un día malo, me vienen a la cabeza
sus palabras. Me recosté a obscuras en mi cama, con la cabeza volando y los
pies al aire. Recordé de nueva cuenta por qué había sido un día malo; uno de
esos días que ya no me pasan tan seguido. Me acordé de la plática que había
sostenido por teléfono con mi amiga Paty minutos antes. Le llamé porque
necesitaba contarle que mi seguridad y mi tranquilidad se habían
visto turbadas por la jodida incertidumbre. Puta incertidumbre. “Tú debes estar
tranquila. Sabes que tienes todo, que has sido honesta contigo, con tu corazón,
con él. Tú recibirás los mismo. Ya verás” eso me dijo mi amiga. Yo pensé, de
nada me ha servido hablar desde el corazón…tal vez la próxima vez apele a la
mentira. Tal vez cavilar desde la falsedad hará que mis personajes (los que
conscientemente he elegido) se queden.
Para qué me hago pendeja, aunque apele a la mentira
(como la mayoría de mis personajes lo han hecho) mi desencanto no desaparecerá.
Y me acuerdo que sí, que sólo fue un día malo. Y me digo: Hoy, no fue. Y fue,
como quiso ser. Me levanté de la cama para ver si se asomaban la luna y las
estrellas, corrí con suerte. Después abrí el cajón del ropero para ponerme una
sudadera y ahí estaban unos calcetines nuevos de colores muy vivos y alegres.
Tenían un post-it en forma de cerdo; la nota decía “Para que sigas corriendo
bien alegre. Te quiero”. Mi mamá, de nuevo haciendo de las suyas.
Y me repito, por fortuna, este día ya terminó. Y
sonrío”.
§ § §
Ya transcurrieron algunos semanas desde que escribí
aquellas notas sobre aquel día. Y pienso que si pudiera matar a algunos
personajes de mi vida lo haría. Los desvanecería en un renglón. Te
desparecería. No te haría madurar y mucho menos te haría sentar cabeza; eso en realidad no es lo que me interesa,
simplemente, te sacaría de mi historia.
Qué fácil parece terminar con la existencia de alguien sobre una hoja de
papel. Tomé la postal titulada “Marina”, en ella se dibuja un bello atardecer
en la playa; las olas y las nubes se confunden bajo los colores de un cálido ocaso.
Atrás de ella escribí sobre ti, y cuando terminé, me dio un coraje tremendo
porque lo había hecho sobre una de mis postales favoritas. Me dije: Jodida
madre, tu nombre vino a irrumpir uno de mis paisajes preferidos. Contemplé de nueva cuenta la postal,
observé esas grandes nubes. Y pensé, las nubes de esta postal también se mudaron,
se desvanecieron, así como tú. Qué bien, se moverán, y vendrán otras.
Tomé mi nuevo libro, y puse en él una nueva postal
como separador. Pensé una vez más en este otro chico. Y sí, cada día me
convenzo más de que es un buen chico. Un nuevo personaje. Un buen personaje,
uno que hasta el momento no mataría con tres palabras.
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Alejandra. Nuestra compañera de vagón. Ella y un par más nos veían a Guadalupe y a mi de forma peculiar. |
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Autoreflejo. Centro Cultural Universitario. Abril 2012. |
**La rolita, Skycrapers: olas multicolores dibujadas sobre el asfalto. "I was just tangled up in my own head"**