31 de diciembre de 2012

Ejercicios con verdades


I´m just a little person
One person in a sea
Of many little people
Who are not aware of me

Little person, Jon Brion.


Con cada final viene una reflexión. O por lo menos eso nos ha enseñado la historia de la humanidad. Vemos que esto sucede en las películas, en las novelas, en los cuentos, en las clases de los maestros más chidos, cuando viene un divorcio, cuando mueren los padres de tus amigos, cuando uno se atreve a dejar las zonas de confort.

Descubrí lo difícil que es ser libre, honesto y responsable, sobre todo con uno mismo. Eso de ser congruente y nunca violentarse no es tarea fácil. Para nadie. Llevar a cabo ejercicios de verdades implica demasiado esfuerzo. Se requiere de mucho valor, tiempo y dedicación para estar de frente y a la vez no estar lejos o ausente.  

Sé que no debo temerle al movimiento. Ni al vaivén de los demás. En estos 365 días hice y deshice tal y como quise. Tuve cientos de preguntas, dudas, y afortunadamente, muchas respuestas. Mi pequeña existencia tuvo muchos nortes, sobre todo en el corazón y en mi cabeza loca. Baile, eché mitote, siempre incansable. Si hay algo que ahora disfruto es el movimiento de todo mi cuerpo, a pesar del ritmo que haya, me muevo justo como quiero. Y no olvido la necesidad de confrontarse a diario, aunque duela. 



*Ale regresó después de casi un año. Durante todo ese tiempo nadie sabía si había llegado a su destino. No sabíamos si estaba bien. Yo llegué a pensar que su adicción lo había acabado. Todos en casa lo critican y juzgan, su madre, mis padres, sus hermanos. Lo señalan por su adicción. Para mí, ha sido el más valiente de todos nosotros. Es el que habla siempre desde el corazón, fuerte y con dolor, pero bien claro. Habla sin tapujos ni pelos en la boca. Nunca lo hace con la intención de lastimar a nadie. De todos los que integramos esta familia disfuncional que avanza a marchas forzadas es el único que busca hablar. Tal vez sea por eso que lo señalen tanto, tal vez sea el único capaz de enunciar y asumir todo lo culero que vivió mientras estaba en casa. Tal vez sea el único que en realidad busca ser feliz.
Su llegada fue el mejor regalo que pude tener este año. Somos los únicos que hablamos de nuestros temores, sueños, frustraciones, alegrías, amores y metidas de pata. Al parecer somos los únicos que buscan desprenderse de este hogar tan tóxico.
Esta es la primera foto que volvemos a tomarnos juntos después de casi 12 años, con la promesa de nunca abandonarnos, pese a todo.*

19 de diciembre de 2012

Correspondencia



© Alejandro Saldívar


Para Eve
Por la correspondencia que siempre espera
Ale.


Ale, el chico cuya mirada encasillaban por trabajar en Proceso. Su buscar y mirar fueron para mí un punto de inflexión.
En la foto que elegí, Ale escribió la dedicatoria puesta al inicio de este post.

Ya no hay compromiso para asumirse, pensé. La palabra escrita ya no es más correspondida.  Cuando tomé la decisión de asumirme a través de la escritura no imaginaba la fuerza que tendría mi relación con las palabras.  Ellas siempre me devuelven algo. A veces me conmueven, otras veces me destazan, y pocas veces, de verdad, pocas veces no me dicen nada (éstas siempre adquieren sentido, el que uno quiera darles).

Al ver los buzones sentí tristeza. Ese acto de relacionarse, que implica responder con voluntad (o al menos es lo que yo espero) está prácticamente desapareciendo. Ya no hay desplazamiento de palabras. Tiene años que no veo a alguien escribir una carta, vaya, ni siquiera una carta suicida o de amenaza. Los únicos sobres que no paran de llegar, siempre puntuales, son los de mi banco. Ellos siempre quieren tener una relación y generalmente uno siempre está en deuda. Por más cartas que envíe, lo nuestro es imposible. Esa correspondencia, no la quiero.

La dedicatoria escrita por el chico de las ruedas me hizo recordar que es cierto. Cada vez que me doy con la gente siempre espero y procuro obtener “correspondencia”. Y sí, asumo la responsabilidad que ello implica. Aunque eso a veces resulte un desastre. 

Para saborear más de las palabras pinche aquí.

29 de noviembre de 2012

Cosas que a nadie le importan


Estaba sentada en las rocas al lado de los carritos chocones. Veía la silenciosa y oxidada rueda de la fortuna. Pensaba en Lázaro. Trataba de imaginar cómo habrían sido las luces, los colores, los olores, los algodones de azúcar, las carcajadas, los gritos horrorizados, los besos, los peinados.

Desde que partí le escribo una carta cada semana, aunque pareciera que en ese lapso de tiempo uno no tiene mucho que decir a mí siempre me ha pasado todo lo contrario.


Aquí estoy, escribiéndote de nuevo, tratando de describirte la mejor postal de estos lugares que me he aferrado en visitar. Sitios que alguna vez estuvieron habitados y llenos de vida. Ahora, la repetición de sus silencios me recuerda la anatomía de mi antiguo hogar.

Desde que volvimos a encontrarnos hace unos cinco años tras la muerte de tu hermano, me así a conservar ciertos hábitos. Entre las páginas de tus libros tenías tarjetas coleccionables de futbol europeo, tarjetas de presentación, fotografías, y recuerdo mucho la estampita de astroboy.  Comencé a hacer lo mismo. Coloco entre las páginas del libro que me acompaña objetos que toman el lugar de lo que sería un separador. Tarjetas de restaurantes, boletos de cine, entradas a conciertos, panfletos de exposiciones, calcomanías psicodélicas; esos eran los momentos que enriquecieron la lectura de mi libro. Ahí estabas tú también, acompañándome en cada uno de ellos.  Así te acordarás de qué estabas haciendo y sintiendo en ese momento de tu vida, también podrás reírte después de tus gustos tan ridículos, decías.

Mientras las olas rompen en las rocas que rodean el parque huelo la niebla cargada de sal. Te escribo la última carta tratando de no olvidar el último sueño que me contaste.  Llegaba a un lugar donde vendían empanadas de todos sabores. Y ahí, detrás del mostrador estaba ella, la chica güera, la empanadera. Ese fue un sueño que emocionó a Lázaro por un rato. Cada vez que encontrábamos un sitio donde vendieran empanadas yo buscaba a la güerita. Él decía que esas eran cosas que a nadie le importaban más que él.  Después de cuatro otoños lejos de casa y la aparición de más arrugas en mi rostro y manos me doy cuenta de que mi afán por buscar estos lugares abandonados también son cosas que a nadie le importan, más que a mí.

Mi lejanía sólo ha implicado pérdida, poca o mucha, pero la torpeza sólo implica eso, pérdida, en realidad no creo que uno consiga llevarse o salir con algo de más. 
Qué torpe he sido por haber dejado ir tanto. Qué torpe he sido con nuestra historia.
Sólo espero que algún día deje de escribir torpemente. Te quiero, amigo. 

*Este es para ti mi Lui. Porque decidimos que[darnos].*

29 de octubre de 2012

La rueda [de la serie Postales]

Luna llena. Octubre 2012. © Eve Alcalá


Espectros. Octubre 2012. © Eve Alcalá



Es relativamente reciente mi gusto por los desplazamientos en bicicleta. Tal vez un par de años. La uso para llegar a mi trabajo, pero me he descubierto disfrutarla más cuando no llevo rumbo.

El sábado fui por tercera vez al paseo nocturno en la ciudad, iba molida pues un día antes pedalee toda la tarde. Como era de esperarse me encontré con ruedas de todos colores y tamaños; algunas torpes, otras lentas, y otras tantas intrépidas. Estando parada entre brujas sobre escobas rodantes, una sexy conejita de rabito blanco con su tierno y horrible pug en la canasta, y San Juditas Tadeos presumiendo flamantes bicicletas armadas: me sentí invadida. Odié frenar una y otra vez cuando algún fantasma frenaba en seco o cuando todos los integrantes de un convoy amainaban el ritmo para esperar al que se había quedado atrás.  Tal vez ya somos demasiados, tal vez no tenemos la paciencia frente al que lo hace por primera vez, tal vez montar la bicicleta no signifique para ellos lo que significa para mí. Tal vez ese tipo de paseos no es ya para mí.

Recordé a mi abuelo perdido durante horas montado en su Benotto. Lo recordé dando vueltas alrededor del parque Plutarco Elías Calles, lo recordé sentado con sus amigos disfrutando los interminables partidos de béisbol. Lo recordé tan lejano de los problemas y preocupaciones; lejos, sonriente y libre.  Tal vez ese es el rodar que me gusta a mí también; el que te mantiene con vida, sin frenos. El que te permite descubrir nuevos olores, colores, nuevas fachadas, en el que percibes la caída de las hojas de los árboles, el que te descubre un otoño (siempre tan distinto y renovado).











24 de octubre de 2012

Son y no son al mismo tiempo



Lo primero que pierde valor en una persona desleal son sus palabras: nadie le cree.
Guillermo Fadanelli
Insolencia, 2012.


"Existes porque te nombro". Octubre 2012. © Eve Alcalá

Durante las últimas semanas las palabras padre, extraño, ausencia, te quiero, estar, no estar, escuchar, ver, reconocer, reparar, comprender, avanzar, conversar, pasión, gana; han adquirido sentidos diferentes; me continúan revelando quién soy, lo que fui, y lo que quiero ser.

Además, Insolencia, de Fadanelli, me ha dado unos buenos macanazos y a la vez un buen sabor de boca.

Las palabras, como los hombres, son y no son al mismo tiempo. .. ¿Qué se puede preguntar con palabras? ¿Qué valor tienen las respuestas que se dan con palabras y no con la veracidad de la vida humana…?  Muy poco.

Procuro, en verdad me esfuerzo, por alcanzar la vida que quiero. Ensayo todos los días a través de mi experiencia ser congruente con mis palabras y acciones (aunque éstas últimas parezcan ante los ojos de los demás ser una locura) Soy de esas que se la juega en lo que dice...quien se juega el pellejo en su palabra. Procuro ser de esas; de las que *accionan.su.palabra*.



11 de octubre de 2012

Se fiel a tus metáforas



“Un extraño deja de ser extraño cuando se comprende o se hace más claro el desacuerdo o la diferencia que nos separa de él. Pero en tanto el desacuerdo no sea expuesto y se llegue a una relación de seres distintos lo que vendrá será una guerra entre sordos o el meloso romance entre desconocidos a quienes no les interesa saber nada acerca del otro”.
Guillermo Fadanelli
Insolencia. Literatura y mundo, 2012.

 
 
Cuando los extraños mueven, recordé esta frase que repetía constantemente hace unos cuantos meses. “Es una persona cobijada por el miedo, en realidad no sabe darse, por eso, abandona primero”. Así lo había definido. Por qué un extraño mueve, me pregunté.  El extraño deja de serlo cuando lo hemos comprendido, cuando dibujamos claramente su contorno, sus perfiles, cuando lo hemos aprehendido; cuando se contraponen nuestras diferencias, sólo cuando no te es ajeno, es cuando te mueve, o te pesa en la cabeza.

“Comprendí que tu color es indefinido, aunque prefieres detenerte en el gris, color que en realidad, detesto. Tú, siempre tan teatrero, tan triste, tan egoísta. Tan aferrado a rodearte de extraños y seguir siendo uno más de ellos”.

Antes estaba convencida de que el problema tal vez radicaba en querer dejar de ser un extraño; querer ser y significar a ese ajeno. Ahora, sé que lo inevitable y jodido radica en querer seguir siendo un extraño. El mundo está habitado por ellos.

Terminé de chopear mi pan en el té, y me dije, quiero que este chico permanezca. Éste no tiene el letrero colgado diciendo “Y ni estaré” como el otro que prefirió quedarse anclado en casa. Con éste, elegí para no perder, porque me da la gana. La magia, acontece. 


9 de septiembre de 2012

Pese a todo


To have you, I put you in a jar.


Llegué con el paquete electoral poco antes de las ocho. En la esquina ya se encontraban los buitres de Tv Azteca. La entrega de boletas para presidente, diputados y senadores las comencé a repartir como a las 8:45; algunos vecinos estaban impacientes, debían partir a sus trabajos. Lo malo es que el IFE nunca informa a la ciudadanía que a partir de las 8:00 am se inicia el armado de la casilla, y no que a las 8:00 ya pueden emitir su voto, por eso, me llevé un par de mentadas.

Parecía que no llovería, estaba un poco preocupada porque la colocación de la casilla donde fui presidenta se encontraba en un patio muy angosto sin techo. El IFE, se lució con una insipiente lona, qué digo, con un retazo de costal que no cubría ni la mitad del lugar. El cual, por cierto, compartíamos con los compañeros del Instituto Electoral del Distrito Federal. La gente nunca paró de llegar. A todos por igual saludaba y daba los buenos días, algunas veces recibía el saludo de vuelta, otras ocasiones recibía una mala cara acompañada de silencio. Se me había olvidado cómo es la colonia donde vivo; y de que no soy monedita de oro. La idea de habitar este mundo con millones de extraños es apabullante, y el hecho de que todos compartiríamos la misma desgracia durante unas cuantas horas no hacía que nuestra convivencia fuera más cercana o amable. Pensé, es mucho pedir a la gente un poco de amabilidad ¿por qué nos cuesta tanto? probablemente no solucionaría los conflictos y arrebatos procurados y generados por toda la humanidad pero si no podemos siquiera con eso seguro nuestro naufragio continuará.


A los representantes de partidos políticos nunca me los quité de encima, estaban al pendiente de todo, al final de la jornada recibirían mil pesos por aguantar hasta el conteo del último voto. Desde que llegaron fui muy clara, no estorben, déjenos hacer bien nuestro trabajo y no se metan con la gente que viene a votar. Si hacen eso, nos llevaremos bien. La gente no paraba de llegar; algunos contentos, entusiasmados, otros ansiosos, otros con más cara de obligados que nada. Vi muchas caras conocidas, la mayoría salían con un semblante de satisfacción, otros no podían ocultar su emputamiento y uno que otro reflejaba tristeza.

Comenzó un fuerte aguacero como a las tres de la tarde, y como suponía desde un inicio, el retazo de costal proporcionado por el IFE sirvió para pura madre. Tanto pinche dinero que maman esos cabrones y no pudieron preverlo. Desde que acepté el nombramiento sabía que esta institución era una mierda. Por la lluvia, las actas y boletas electorales comenzaron a arrugarse por lo que suspendí momentáneamente las votaciones. Para mi suerte cuando levantamos a prisa todo el material llegó una de las vecinas más mitoteras de toda la colonia. Una señora entre 40 y 50 años, con evidente sobrepeso y el cabello oxigenado; la acompañaban uno de los drogos y rateros más conocidos de la colonia, el “Sinoreja”. Comenzó a gritar y a barrerme de arriba abajo, diciendo: “Esto no lo puedes hacer, tú quién eres para no dejarme votar. Pero ahorita mismo voy a llamarle a la televisión (sí, la señora tomaría un teléfono y le marcaría a su televisor) para que vean que lo que haces está mal. Me estoy empapando y es tu culpa, por tus huevos nos chingamos todos. Y te estoy tomando fotos y grabando, y te voy a subir para que la gente vea”. Aunque quise explicarle, nunca me dejó hablar, ella gritaba y maldecía. La dejé gritando sola en la calle, y traté de resguardarme en el poco techo de la casa de la vecina que prestó su patio.

Después de una hora cesó la lluvia. Volvimos a instalar la casilla y marabunta se dejó venir. Y mientras arrancaba las chafisimas boletas electorales que prácticamente dejaron sin huella digital a mi pulgar derecho; veía desfilar a los muchos México(s),  todos ellos corrían en direcciones opuestas. Mientras tanto la vieja mitotera estaba afuera gritando grosería y media frente a las cámaras de TvAzteca, el barullo en la Valle Gómez no pudo faltar ese día. A las seis en punto salí a dar una ficha a la última persona formada en la fila y pedí a mi mamá me hiciera el paro para checar que nadie más se metiera a la fila. Hizo bien el paro ya que el representante del PRI y la presidenta del IEDF salieron a preguntar quién era la última persona con ficha para que ella dejara meter a más gente. Mi jefa aguerrida, les dijo que eso no estaban violando la ley y que no los dejaría.

   No seguiré más con el cuento de ese día. Soy presa de un profundo desencanto. Tanto, que tardé tres meses en regresar a estas palabras que sólo reflejan un caminar en círculos; palabras que vislumbran la nada porque esta cosa que llamamos humanidad y que tanto me preocupa pareciera gozar la continua destrucción; adicta a un disfrute del vicio y del dolor. Donde los “otros” siempre serán el eterno inaprensible. Pese a todo, me aferro a ser amable y a caminar entre los escombros con la firme convicción de que es en este momento y no en un futuro cuando se puede hacer lo mejor. Ante tanta insolencia no queda más que crear y recrear los mitos; esas invenciones que dan certidumbre al hombre. Confío en nuestra imaginación para seguir exiliándonos de esas instituciones y dogmas caducos, haciendo de nuestro estar, una forma de seguir creyendo en ese concepto amorfo y romántico llamado humanidad.

 

20 de julio de 2012

Disección de un espacio

Para ver, hay que aprender a escuchar. Satélite, 2012.


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Me gusta esta época del año donde las nubes se mueven rápido y revientan. Este tiempo cuando el cielo está por un instante besando la tierra en forma de charcos, calándole las entrañas; como azúcar espolvoreada en los parabrisas de los autos. Este tiempo donde podríamos beber té a mares; donde los náufragos están a la vuelta de cada esquina, a la deriva. Donde la gente podría caminar bajo el follaje de los árboles y bañar sus culpas con el rocío. Me gusta este tiempo en que las bancas están vacías y los grillos cantan más fuerte. Esta época en donde todo crece, en donde todo huele a verde, y a  tierra mojada; este tiempo habitado por millones de reflejos de aquello que parece ser la realidad. Este tiempo que acerca a las parejas en su caminar y que hace que nosotros, los solos, disfrutemos la detonación de las gotas sobre el pavimento. Este tiempo resbaladizo plagado de ecos que rompe en recuerdos cargados de olores, sabores e imágenes; este tiempo del que corremos y del que inútilmente tratamos de protegernos bajo la sombra de un paraguas, como si este tiempo quisiera dañarnos.
Este tiempo alberga el mes de abril y la despedida que tuvimos bajo la lluvia, mientras asomabas tu cabecita blanca y el eco rebotaba en todo Tlatelolco, donde las paredes escurrían tu nombre: “Socorro”.

*Desperado, una rolita interpretada por el buen J. Cash. Un jueves mientras llovía recio afuera, Lui, con una copa de vino me dijo: "las canciones sanan". Y Desperado le puso calma a muchas emociones y rabia que traía atoradas esa noche. Me dio la fuerza para saberme una cobarde, estaba siendo uno de esos seres que me ha tocado batear duro en esta vida. Gracias, Lui, por sanarme con lo que más amas y darme la valentía para arrojarme y dejar de habitar ese sitio tan anti-eve*.

9 de julio de 2012

Origen [de la serie, Postales]


Era lunes, una ligera llovizna derramaba de las sesgadas nubes; cuando llegamos al cruce de Reforma y Cuauhtémoc el semáforo indicaba alto total. Íbamos de regreso a casa, mamá, con cierta angustia en su rostro me dijo: “Sabes, a veces siento que ya viví ésto. Justo este momento en el que estamos tú y yo ahora”. La noté angustiada y lo primero que pensé decirle para tranquilizarla y porque me parecía lo más lógico fue, “A eso se le llama Déjà vu, significa lo ya visto, má. Es la sensación de ya haber experimentado esta situación. No te preocupes, a todos nos ha pasado alguna vez. No estás loca”. Quise evitar decirle loca, pero ya la había regado. 

Después de unos cuantos segundos con más confianza en su semblante, dijo: “A veces no sé qué pensar de todo lo que sueño. Presiento que van a pasar ciertas cosas, y sí, suceden. Siempre suceden. Desde pequeña me ha pasado; cuando le contaba a tu abuela no me decía mucho, sólo decía que en mis sueños no había nada de malo, que no tuviera miedo”.  Mientras ella hablaba de eso yo recordé cuando recién había regresado a casa, después de mi ruptura con Ramón. Mi memoria se traslado a ese tiempo, al instante donde estaba tirando moco en el comedor, sin probar una pizca del huevito con chorizo que mi mami me había preparado. Ella se sentó a mi lado, me tomó la mano, guardó silencio mientras yo lloraba y temblaba. De las muchas palabras que me dijo durante esta etapa me acuerdo en particular de estas: “Yo ya sabía que no te quedarías con ese muchacho, él no era la pasita que te acompañaría hasta donde tuvieran que llegar. No te dije nada cuando decidieron irse a vivir juntos porque finalmente es tu vida, son tus decisiones y sólo se aprende haciendo y aceptando las consecuencias de tus actos. No es que me cayera mal, tú sabes cuánto lo quisimos, pero yo ya sabía que eso pasaría, lo soñé. Dime loca, pero siempre supe que no te quedarías con él”. Mi mamá es una pitonosa, así como esta premonición, Ariadna me ha contado muchas otras; y lo más curioso es que se han cumplido tal y como ella las había visto. No le gusta mucho hablar sobre eso, tiene el temor de que la señalen como una chiflada. 

Nos encontrábamos a pocas cuadras de llegar a casa. La lluvia había arreciado. Le pregunté un poco temerosa ¿Qué pasará conmigo, má?. Ariadna respondió muy segura y con voz triste. Tú te vas. Te casas y te vas. Veo que Ernesto (mi primo, prácticamente un hermano) nos abandona, bueno… él parte. También veo que el problemita que Ximena tiene en su órgano reproductor no se va a resolver, será toda una guerrera, ella va a estar bien. Me quedo sola, yo sé que me voy a quedar sola. Y no es que tenga miedo de eso, simplemente a veces no sé qué pensar de esto que sueño y veo. 

La vi de nuevo preocupada. Tomé su pequeña mano. Mamá, todo está bien contigo. No te pasa nada malo. Y créeme, nadie cree que estés loca, dije. Ari, guardó silencio. Bajamos corriendo del carro. Cuando ella estaba abriendo el portón y el agua escurría por su cabecita me volvió a decir cabizbaja: Sí, te vas a casar, aunque no creas en ello. Te casarás y te irás, así te veo.

Ante los desastres, mi jefa siempre está ahí. Ayer, 8 de julio, fue su cumpleaños y no estuve con ella. Estamos lejos, sólo físicamente. A pesar de que ella ve que me voy, sé que siempre nos unirá “algo”, no sé cómo nombrarlo. Pero sé que aunque siga, ella, de (o con) una u otra forma siempre va estar conmigo. 


Eve y Ary, 14 de febrero de 1987.





Cuando Eve salió de casa. Julio 2010




*Esta fotografía la tomé en el cuarto de mis papás. Arturo fue quien nos puso a mi mamá y a mí en ese recuadro. En realidad nunca le había puesto tanta atención hasta hace unos días. En ese recuadro debería estar una foto de mi papá, no yo. Lo interpreté como una señal más; ella y yo estaremos juntas, donde sea y como sea. Limpié el marco y me percaté de que al reverso tenía anotada la fecha de las fotos, febrero de 1987. Mi papá tiene esa costumbre, anota las fechas a todo; a las fotos, a las servilletas, a las notas, a las deudas, a las cajas de medicamentos, incluso a los mismos calendarios, a las tarjetas de felicitación (las que suele regalarme el día de mi cumpleaños y en las que escribe que me quiere. Arturo rara vez me lo dice, esas palabras sólo salen de su boca una o dos veces al año, no es bueno hablando de sus emociones. Y la verdad me gusta no ser como él en ese aspecto, me implicó mucho trabajo, pero esa mala costumbre no la quería seguir teniendo. Yo prefiero usar mi boca y lengua para decir esas dos palabras, me gusta enunciar y escuchar lo que siento, lo que experimenta todo mi cuerpo). Al reverso también anotó una fecha que yo había olvidado, domingo 11 de julio de 2010, cuando Eve se fue de casa. Otra sentimiento acallado, escrito, palabras que desembocaron como lagrimitas sobre mis cachetes regordetes.

18 de junio de 2012

Convulsionar el cuerpo


Sí, estaba encabritada, conmigo. Hace un par de semanas me sentí enojada porque de nueva cuenta había tenido la sensación de estar estancada. Fue como voltear atrás y verme a mí misma saliendo del fango. Sentí un derrumbe, pero en esta ocasión los daños fueron distintos.  No me reventaron la boca y tampoco me habían tirado un gancho al hígado. Esta vez sólo fue un empujoncito. Me daba coraje sentirme enojada, de nuevo. Tuve miedo de regresar a ese sentimiento, a la ira, al coraje.

Caminaba bajo la lluvia en la Alameda (ese amado parque que inspiró la creación del famoso Central Park de Nueva York), veía el carrusel, al que nunca nos subimos, y me decía: “No está bien sentir esto de nuevo. No está bien”.
Estos pensamientos y emociones tiendo a reprimirlos, o les encuentro una careta más amable. Ese domingo amedrentaron fuerte contra mi cuerpo. No pude acallarlos, ni evadirlos, ni maquillarlos. Mi cuerpo bajó sus defensas, ningún órgano se censuró. Me dejé abrazar, les di la bienvenida.
Ahí estaba, en el abismo. Me vi en el fondo, y a diferencia de la última vez que me observé en la misma posición, cuando volteé hacia arriba, no vi a nadie. Por fin, estaba sola.

A la ira y el coraje, los acogí. Comprendí que no estoy mal por sentirlos de nuevo. Caí, pero no regresé a tocar la puerta a la que echaron tres candados hace dos primaveras. Ni ganas de buscar y mucho menos darle la bienvenida, invitarlo a comer, perdón, pero ni en sueños.
A lo injusto, cobarde y culero no le doy la mano dos veces (de repente pienso: “maldita hermenéutica ¿qué será del otro lado?).

Cada vez me convenzo más de que es necesario convulsionar el cuerpo para mejorar. Y muchos podrán pensar que estoy mal por sentir eso de nuevo; que tal vez eso signifique estar enganchada de alguna manera; o que ya tomé demasiado tiempo y debo empezar una relación. A todos ellos yo les pinto “guevos”. Y pienso, “Einstein, cuanta razón tenías, el tiempo es relativo”. No me desmembraron, me la he pasado bomba y me he dedicado a tirarme y apostarle a cada una de las curvas y pendientes de esta jodona y bella montaña rusa que es la vida. 


Convulsión a larga distancia. Skype Junio 2012. 


**They are in love. Otra canción del sountrack de mi vida. Fue mía hace poco más de un año. Ahora, muchas parejas, buenos amigos míos, la están tarareando (aunque algunos temen tararearla). Sólo sé que nadie debe quedarse con las manos abajo. No es fácil, salir de una relación en donde ambos dejaron de estar desde hace tiempo. Ese feeling, los debe hacer *move away, stay away, befote it´s too late”.

4 de junio de 2012

Trastocada

Billy Bob y Miss Bobbit, dos pequeños de tan sólo trece años desataron de nueva cuenta una emoción que había estado acallando.

"Ha llovido copiosamente desde el lunes, una lluvia de verano atravesada por el sol y de noche por la oscuridad, llena de ruidos, hojas que caen, chimeneas que chorrean agua, postigos insomnes. Billy Bob está muy alerta; aunque no ha llorado, hace todo de un modo frío y tiene la lengua más tiesa que un badajo. No le fue fácil aceptar la partida de Miss Bobbit, pues ella significaba algo más que tener trece años y estar perdidamente enamorado. Ella era su parte extraña: el árbol de nogal, el gusto por los libros, querer a alguien lo suficiente para dejarse lastimar, las cosas que tenía miedo de mostrar a los demás. En la oscuridad, la música fluía gota a gota entre la lluvia: habrá noches en que la oiremos como si realmente estuviera ahí, y por las tardes, en el momento en que las sombras se confunden, creeremos que pasa frente a nosotros, desplegándose sobre el césped como una cinta."
Truman Capote
Niños en su cumpleaños, 1948.

Este sábado por la tarde mientras llovía, leí este libro un par de veces en unas cuantas horas, y no paré de leer una y otra vez el fragmento citado arriba. Me dije, "Vamos Eve, no puede ser tan malo. Sólo escúpelo. Enúncialo de nuevo. Te lo has callado, no intentes engañarte, eres mala para eso. No es un sentimiento malo, deja de preguntarte por qué, sabes que necesitas hacerlo, tú sabes bien para qué".  Cuando llegué de madrugada a casa saqué mi libretita del año pasado, mi mejor compañera de aquellos tiempos. La tomé en mis manos, busqué el apartado que Billy Bob y Miss Bobbit me habían recordado con tremenda urgencia y bravura. Ahí estaba, trastocada, así los sentí de nuevo. 







Estoy segura de que Miss Bobbit, disfrutoó del helado de tutti-frutti. Sin esperar el camión de las seis.











TRASTOCADA
A los ausentes,
quienes fortuitamente me enriquecen.

~
Micaela comía maravillada una nube esponjosa y dulce de color rosa; desde niña compartía ese delicioso gusto con Ausencia, su abuela.   
Mientras se relamía los dedos, preguntó dudosa, “¿la extrañas?”. Eusebio cerró suavemente los párpados, se acurrucó poco a poco en la banca de madera, y con el acaecer del sol su rostro dibujó una tierna y nostálgica mueca.
“Extraño absolutamente todo lo que provino de ella. No cualquiera puede entender y dar significado a las palabras”, dijo. Eusebio abrió los ojos, apretó la mano de Micaela y continuó. “Tuvimos la fortuna de toparnos, de reconocernos, de aprehendernos. Me dio la oportunidad de saber lo que significan las palabras des\alma\das y las terribles consecuencias que ellas traen consigo. En su capacidad de darse y narrarse hallé historias plagadas de personajes variados, anécdotas magníficas, clímax insospechados, algunos puntos suspensivos, muchos borradores, capítulos completos, y los inevitables finales que acompañan nuestra vida.
Supe que la retórica sólo alberga la distancia, maldita sea, no hay nada más triste y vacío que lo que se enuncia pero carece de sentido y significado, porque no golpea nuestro mundo, sólo se mal\dice y nada en ello es real”. Eusebio, agitado, soltó la mano de Micaela, respiró profundamente y calló por un par de minutos; miraba como el suave y álgido viento de otoño jugaba con las ramas de los higueras. En sus pies, sintió un leve golpecito, se agachó y con la mano temblorosa tomó el carrito rojo que agarraba empuje a través del aire de un globo. “Extraño nuestras epifanías cotidianas, esas que vuelcan el alma con ritmo y cadencia”. Infló el globo amarillo canario, el diminuto carro rojo echó a andar y sonrió.

MÉXICO, D.F., SEPTIEMBRE 2011.

**Nat King Cole cantando en español. A él, no lo detesto. Te quiero, dijiste; Tres palabras; Quizás, quizás, quizás. Son las más dulces declaraciones de amor. Gracias a mi Membrillo por compartirme su lado B.**

27 de mayo de 2012

!Happy meat balls!


Consigna
Hay que intentar
destruirse cada noche
para saborear con fortuna
la limpieza ofensiva del alba
Gaspar Aguilera Díaz.

Malditos obesos, pensé. Iba rumbo al gimnasio. Ansiaba subirme en la caminadora elíptica y correr mis respectivos 45 minutos del día; alrededor de 7 kilómetros. No tengo una meta fijada, sólo me gusta correr. Cada vez ando más, me canso menos, y disfruto el recorrido; en realidad no llego a ningún sitio, o por lo menos no físicamente. Mi mente (lo que sea que esto sea, aunque tangible no es) se halla en otro lugar. Me gusta sentirme ausente, completamente ajena a todo lo que me rodea; ajena a mis angustias, ajena a mis miedos, ajena a todos los que me rodean. Ese día en particular sentí una gran repugnancia por la gente obesa, o gorditos, como solemos decirles de cariñito. La mayoría que he observado es lenta, torpe, grosera, insulsa, son unos cínicos. A parte de invadir dos lugares en el transporte público debido a su voluptuosidad, uno tiene que chutarse el restriego de sus carnes sudorosas y de paso fumarse el olor de sus grasientos charritos (que en otras ocasiones me hubieran parecido lo más exquisito después de una tarde calurosa caminando bajo la sombra de los árboles de un parque). Ese día la codiciada paciencia no fue mi compañera, no fui amable, no le di ninguna oportunidad a la gente. De los 15 que íbamos trepados y prensados con las uñas de los tubos del camión rumbo a Indios Verdes, ocho de ellos tenían carnita de más colgando de la cintura. Cuando llegué a mi destino y bajé del autobús, alcancé a percibir el olor de unos exquisitos pollos rostizados, tal deleite para mí nariz provenía del negocio localizado en contraesquina del gimnasio al que asisto, ahí estaba, “El pollo feliz”, muerto, pero feliz. Este delicioso animalito, al que seguro engordaron con hormonas y quién sabe cuánta chingadera más, representa la alegría y satisfacción del apetito lujuriante de esos gorditos (Demonios, mataría por una tortita de pollo rostizado, con aguacate, mayonesa, sus rajitas, ¡mmmm!). Cuando apreté el paso imaginé a todos esos gorditos dando vueltas como esos pollos rostizados, me reí fuerte a mis adentros.
Mientras terminaba la última serie de abdominales observaba mi panza contraerse con cada uno de mis movimientos. Pensaba en las texturas descubiertas por los cuerpos desbordantes que había imaginado arder hace un par de horas. Sus pieles, algunas flácidas, algunas gruesas. Expansivas, siempre húmedas. Su textura es pegajosa, asfixiante, invasiva (me pregunto si se protegerán de algo ¿de ellos mismos? ¿de nosotros?) pareciera que se esconden tras groseras capas de grasa.  Mi traviesa cabecilla los imaginó como los globos redondos, pero después pensé, ellos no vuelan, no son ligeros, aire es lo que no tienen; ellos jadean, tratan de aprovechar el oxígeno en  cada una de sus batallosas inhalaciones y molestas exhalaciones. Algunos parecen burbujas rechonchas felices, pero de nuevo pensé, ellos nunca vuelan. ¿Qué se necesita para avanzar? ¿Qué necesitan para volar? Que revienten, que exploten, tal vez es lo que necesitan.  

Mayo 2012, México, D.F.


El que es tragón, desde cómo agarra la cuchara. Mayo 2012
*Rolón* Si tan sólo los insulsos tuvieran la consigna de destruir para saborear seguramente gozarían. Adoro la coreografía de los morritos en este video (uno de mis favoritos). "Our love was lost. But now we´ve found it"

21 de mayo de 2012

Obsesa de la memoria



 Leer poesía. Siempre he creído que estos locos, los poetas,  digieren todo lo que hay en este mundo de una forma avasalladora; escupen palabras como un remolino, implacables, devastadores, precisos y a la vez, sutiles. Leo a Gaspar Aguilera Díaz, poeta y periodista chihuahuense que con su libro: Los ritos del obseso, me ha hecho recordar y sentir de nueva cuenta las punzadas que ha sufrido el músculo repartidor de sangre. Ese órgano que no es de hojalata, pero que curiosamente se rompe. En lo que va de sus páginas me he identificado con varios de los ritos de este obseso. En particular, uno que he descubierto, tal vez sea una mala costumbre. Contar las cosas buenas, inclinarse por las alegrías, resulta para mí reconfortante, es una forma de estar y transitar por esta vida, en realidad me gusta y gozo, pero dejó de ser suficiente. Ahora pienso que nunca contar las cosas malas, el tratar de conservarlas sólo para mí, el aferrarme a mantener un diálogo solitario con el coeur y la tête, en realidad puede ser un defecto. Tiene poco más de un par de años que me aferro también a contar las cosas malas que suceden. ¿Cómo va adivinar la gente lo que siento? ¿Cómo van a saber lo que necesito, lo que me aterra? ¿Cómo lo van a saber si sólo cuento las cosas buenas?
En las postales del (o los) obseso(s) de Gaspar se dibuja todo lo “sweet and sour”, se disfruta como bien dice la presentación de este libro: la contradicción angustiosa bajo la advocación de Passolini, amo este mundo que detesto.

En esta publicación hago un pequeño homenaje a uno de los escritos de su conjunto de poemas “Tu piel vuelve a mi boca (1988-1991)”. En ellos encontré los más bellos, nostálgicos y tristes retratos de sus personajes (ciudades, amantes, cementerios, despedidas, amores).  No soy poeta, sin embargo, soy una mujer loca por la vida. Mantén algo vivo, es un retrato que hice de mi misma para no sentirme sola, para comprenderme mejor, para hacerme compañía. Gracias Gaspar!
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MANTÉN ALGO VIVO

Eres demasiado grande (y no se refería al peso o tamaño), dijo Alfonso la última vez que vio los grandes ojos de Lina. Él, se desvaneció.
Pasó la primavera, concluyó un duro verano, y se olía la cercanía del otoño. Los días eran blancos y lluviosos; hasta hace poco Lina aprendió a disfrutar el caminar bajo la lluvia, en realidad, estando todavía con Alfonso detestaba que cuando caían tremendas trombas en la ciudad los adoquines mal puestos de las banquetas le salpicaran sus caprichosas pantorrillas.  
Después de algunos años de compartir complicidades, chistes locales, de reinventar sus almas y crecer juntos, Lina, pensó: “En ese último tiempo y espacio en común con Alfonso se dijo lo más sincero y doloroso desde hace ya algún rato.”
Las vivencias experimentadas por Lina a sus escasos pero agudos 36 le habían clavado una idea en la cabeza, “La honestidad no se halla en cualquier persona, y muchas licencias se toman para lastimar a los que más se dice y cree amar”.  Le tomó un par de meses reconocer que Alfonso había huido; y, sin duda alguna, había dejado claras señales desde hace algunos cielos atrás.
Un jueves 27 de enero ya caída la noche, Lina, recorrió el barrio de Santa María la Ribera, siempre le fascinó la magia y encanto de sus calles, sus casonas porfirianas, y su bellos callejones repletos de jacarandas. Miraba a lo alto, por última vez, las ventanas circulares que tanta curiosidad le despertaban. Cuando llegó al departamento de la calle Naranjo sólo tenía en mente recoger a Magnolia. Al subir las escaleras se percató de su gran ausencia. Entró al que alguna vez fue su hogar, esperaba encontrarla reposando en algún brillante rincón. Echó un vistazo en la estancia ya vacía, en la dolorosa recámara, en el baño impávido y sucio, sólo quedaba la cocina.
Lina se quebró al ver a Magnolia muerta en el fregadero helado, ni una sola de sus hojas estaba viva, Alfonso no había cumplido lo prometido. Por fin comprendió, algo se había roto, Ella. (Julio,2011).

Gerbera y Magnolia. México, 2010.
 
**A propósito de poetas. El sábado por la noche disfruté de la compañía de Antony y la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México. Interpretó sus bellas rolas: sencillas, punzantes, donde desnuda su alma, de esas que te erizan la piel. Disfruté a solas de  sus armonías de luz, sonido, y silencios; y mientras transcurría el tiempo, escuchaba a la banda moquear.  Kiss my name, I fell in love with a death boy, y Hope there´s some one me recordaron que no estoy sola**  Antony, es bello.

30 de abril de 2012

Postales. -Sólo interpretaciones-


Es un buen chico, pensé.  Sin añadir comparación alguna, me dije de nuevo, sí, es un buen chico.
Eran poco más de las ocho de la noche y mientras veía el sol ocultarse reparaba una y otra vez en las postales que Guadalupe (mi compañera del taller de cine) nos lleva a todos a la Filmoteca de la UNAM. El jueves pasado mientras veníamos de regreso en el metro me dijo: “Sabes compañera, me da esperanza saber que todavía existen Mafalditas como tú. Ya me puedo morir tranquila”. No fue casualidad haberla conocido. Mientras recordaba las historias que me vino contando durante el trayecto a casa tenía entre mis manos la postal que más me ha gustado hasta ahora. “Canto de grillos”, una obra de Hermenegildo Sosa. Al reverso de ésta sólo hay un par de vacas pastando, perdiéndose en la obscuridad con sus traseros todavía iluminados por los pocos rayos de la puesta de sol que las acompaña; de los grillos, ni sus luces. Supongo que ellas pueden oír su canto.

Para cuando levanté la vista de nuevo el cielo estaba negro azulado, totalmente despejado; la luna sonreía y a su lado el par de estrellas que han danzado con ella durante todo el mes de abril. Y pensé de nuevo: sí, es un buen chico.

Desde hace algunos años llevo un diario personal. Escribo todo lo que me ocurre durante mis cortos días (últimamente siento que el tiempo corre demasiado rápido) y recordé que hace un par de semanas escribí unas notas donde me explicaba a mí misma el desencanto por el cual estaba pasando:

“Siempre procuro abrir bien los ojos, estar alerta. No quiero que nada, ni nadie, se me pase (escape). Mi mamá parece conocerme muy bien, cada vez que algo raro pasa conmigo, lo sabe. A la jefa nada se le escapa. Es una pitonisa, de un tiempo para acá lo he confirmado. Pronto será su cumpleaños y no tengo ni idea de qué obsequiarle.
Creo que no hay regalo material que pueda pagar o compensar lo que ella me ha brindado. Tiene el don de siempre hacerme sentir bien; nunca me ha dejado sin respuestas. Cuando me hicieron el corazón añicos, ahí estuvo, para abrazarme, para escucharme, y también para regañarme. Estuvo ahí para recordarme que nuestro paso por la vida es muy corto. Recuerdo bien sus palabras: Tírate al dolor, pero sólo por cinco minutos y no más, luego sóbate, levántate de nuevo y chíngale. No hay nada de malo en vivir tu sufrimiento. Enfrenta tu duelo. Pero ya te dije, no te pases de tiempo.
Hoy que fue un día malo, me vienen a la cabeza sus palabras. Me recosté a obscuras en mi cama, con la cabeza volando y los pies al aire. Recordé de nueva cuenta por qué había sido un día malo; uno de esos días que ya no me pasan tan seguido. Me acordé de la plática que había sostenido por teléfono con mi amiga Paty minutos antes. Le llamé porque necesitaba contarle que mi seguridad y mi tranquilidad se habían visto turbadas por la jodida incertidumbre. Puta incertidumbre. “Tú debes estar tranquila. Sabes que tienes todo, que has sido honesta contigo, con tu corazón, con él. Tú recibirás los mismo. Ya verás” eso me dijo mi amiga. Yo pensé, de nada me ha servido hablar desde el corazón…tal vez la próxima vez apele a la mentira. Tal vez cavilar desde la falsedad hará que mis personajes (los que conscientemente he elegido) se queden.
Para qué me hago pendeja, aunque apele a la mentira (como la mayoría de mis personajes lo han hecho) mi desencanto no desaparecerá. Y me acuerdo que sí, que sólo fue un día malo. Y me digo: Hoy, no fue. Y fue, como quiso ser. Me levanté de la cama para ver si se asomaban la luna y las estrellas, corrí con suerte. Después abrí el cajón del ropero para ponerme una sudadera y ahí estaban unos calcetines nuevos de colores muy vivos y alegres. Tenían un post-it en forma de cerdo; la nota decía “Para que sigas corriendo bien alegre. Te quiero”. Mi mamá, de nuevo haciendo de las suyas.
Y me repito, por fortuna, este día ya terminó. Y sonrío”.

                   §              §               §

Ya transcurrieron algunos semanas desde que escribí aquellas notas sobre aquel día. Y pienso que si pudiera matar a algunos personajes de mi vida lo haría. Los desvanecería en un renglón. Te desparecería. No te haría madurar y mucho menos te haría sentar cabeza; eso en realidad no es lo que me interesa, simplemente, te sacaría de mi historia.  Qué fácil parece terminar con la existencia de alguien sobre una hoja de papel. Tomé la postal titulada “Marina”, en ella se dibuja un bello atardecer en la playa; las olas y las nubes se confunden bajo los colores de un cálido ocaso. Atrás de ella escribí sobre ti, y cuando terminé, me dio un coraje tremendo porque lo había hecho sobre una de mis postales favoritas. Me dije: Jodida madre, tu nombre vino a irrumpir uno de mis paisajes preferidos.  Contemplé de nueva cuenta la postal, observé esas grandes nubes. Y pensé, las nubes de esta postal también se mudaron, se desvanecieron, así como tú. Qué bien, se moverán, y vendrán otras.

Tomé mi nuevo libro, y puse en él una nueva postal como separador. Pensé una vez más en este otro chico. Y sí, cada día me convenzo más de que es un buen chico. Un nuevo personaje. Un buen personaje, uno que hasta el momento no mataría con tres palabras.  

Alejandra. Nuestra compañera de vagón. Ella y un par más nos veían a Guadalupe y a mi de forma peculiar.

Autoreflejo. Centro Cultural Universitario. Abril 2012.
**La rolita, Skycrapers: olas multicolores dibujadas sobre el asfalto. "I was just tangled up in my own head"**