21 de mayo de 2012

Obsesa de la memoria



 Leer poesía. Siempre he creído que estos locos, los poetas,  digieren todo lo que hay en este mundo de una forma avasalladora; escupen palabras como un remolino, implacables, devastadores, precisos y a la vez, sutiles. Leo a Gaspar Aguilera Díaz, poeta y periodista chihuahuense que con su libro: Los ritos del obseso, me ha hecho recordar y sentir de nueva cuenta las punzadas que ha sufrido el músculo repartidor de sangre. Ese órgano que no es de hojalata, pero que curiosamente se rompe. En lo que va de sus páginas me he identificado con varios de los ritos de este obseso. En particular, uno que he descubierto, tal vez sea una mala costumbre. Contar las cosas buenas, inclinarse por las alegrías, resulta para mí reconfortante, es una forma de estar y transitar por esta vida, en realidad me gusta y gozo, pero dejó de ser suficiente. Ahora pienso que nunca contar las cosas malas, el tratar de conservarlas sólo para mí, el aferrarme a mantener un diálogo solitario con el coeur y la tête, en realidad puede ser un defecto. Tiene poco más de un par de años que me aferro también a contar las cosas malas que suceden. ¿Cómo va adivinar la gente lo que siento? ¿Cómo van a saber lo que necesito, lo que me aterra? ¿Cómo lo van a saber si sólo cuento las cosas buenas?
En las postales del (o los) obseso(s) de Gaspar se dibuja todo lo “sweet and sour”, se disfruta como bien dice la presentación de este libro: la contradicción angustiosa bajo la advocación de Passolini, amo este mundo que detesto.

En esta publicación hago un pequeño homenaje a uno de los escritos de su conjunto de poemas “Tu piel vuelve a mi boca (1988-1991)”. En ellos encontré los más bellos, nostálgicos y tristes retratos de sus personajes (ciudades, amantes, cementerios, despedidas, amores).  No soy poeta, sin embargo, soy una mujer loca por la vida. Mantén algo vivo, es un retrato que hice de mi misma para no sentirme sola, para comprenderme mejor, para hacerme compañía. Gracias Gaspar!
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MANTÉN ALGO VIVO

Eres demasiado grande (y no se refería al peso o tamaño), dijo Alfonso la última vez que vio los grandes ojos de Lina. Él, se desvaneció.
Pasó la primavera, concluyó un duro verano, y se olía la cercanía del otoño. Los días eran blancos y lluviosos; hasta hace poco Lina aprendió a disfrutar el caminar bajo la lluvia, en realidad, estando todavía con Alfonso detestaba que cuando caían tremendas trombas en la ciudad los adoquines mal puestos de las banquetas le salpicaran sus caprichosas pantorrillas.  
Después de algunos años de compartir complicidades, chistes locales, de reinventar sus almas y crecer juntos, Lina, pensó: “En ese último tiempo y espacio en común con Alfonso se dijo lo más sincero y doloroso desde hace ya algún rato.”
Las vivencias experimentadas por Lina a sus escasos pero agudos 36 le habían clavado una idea en la cabeza, “La honestidad no se halla en cualquier persona, y muchas licencias se toman para lastimar a los que más se dice y cree amar”.  Le tomó un par de meses reconocer que Alfonso había huido; y, sin duda alguna, había dejado claras señales desde hace algunos cielos atrás.
Un jueves 27 de enero ya caída la noche, Lina, recorrió el barrio de Santa María la Ribera, siempre le fascinó la magia y encanto de sus calles, sus casonas porfirianas, y su bellos callejones repletos de jacarandas. Miraba a lo alto, por última vez, las ventanas circulares que tanta curiosidad le despertaban. Cuando llegó al departamento de la calle Naranjo sólo tenía en mente recoger a Magnolia. Al subir las escaleras se percató de su gran ausencia. Entró al que alguna vez fue su hogar, esperaba encontrarla reposando en algún brillante rincón. Echó un vistazo en la estancia ya vacía, en la dolorosa recámara, en el baño impávido y sucio, sólo quedaba la cocina.
Lina se quebró al ver a Magnolia muerta en el fregadero helado, ni una sola de sus hojas estaba viva, Alfonso no había cumplido lo prometido. Por fin comprendió, algo se había roto, Ella. (Julio,2011).

Gerbera y Magnolia. México, 2010.
 
**A propósito de poetas. El sábado por la noche disfruté de la compañía de Antony y la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México. Interpretó sus bellas rolas: sencillas, punzantes, donde desnuda su alma, de esas que te erizan la piel. Disfruté a solas de  sus armonías de luz, sonido, y silencios; y mientras transcurría el tiempo, escuchaba a la banda moquear.  Kiss my name, I fell in love with a death boy, y Hope there´s some one me recordaron que no estoy sola**  Antony, es bello.

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