Leer poesía. Siempre he creído que estos locos, los poetas, digieren todo lo que hay en este mundo
de una forma avasalladora; escupen palabras como un remolino, implacables,
devastadores, precisos y a la vez, sutiles. Leo a Gaspar Aguilera Díaz, poeta y
periodista chihuahuense que con su libro: Los ritos del obseso, me ha hecho
recordar y sentir de nueva cuenta las punzadas que ha sufrido el músculo
repartidor de sangre. Ese órgano que no es de hojalata, pero que curiosamente
se rompe. En lo que va de sus páginas me he identificado con varios de los
ritos de este obseso. En particular, uno que he descubierto, tal vez sea una
mala costumbre. Contar las cosas buenas, inclinarse por las alegrías, resulta
para mí reconfortante, es una forma de estar
y transitar por esta vida, en realidad me gusta y gozo, pero dejó de ser
suficiente. Ahora pienso que nunca contar las cosas malas, el tratar de
conservarlas sólo para mí, el aferrarme a mantener un diálogo solitario con el coeur y la tête, en realidad puede ser un defecto. Tiene poco más de un par de
años que me aferro también a contar las cosas malas que suceden. ¿Cómo va
adivinar la gente lo que siento? ¿Cómo van a saber lo que necesito, lo que me
aterra? ¿Cómo lo van a saber si sólo cuento las cosas buenas?
En las postales del (o
los) obseso(s) de Gaspar se dibuja todo lo “sweet
and sour”, se disfruta como bien dice la presentación de este libro: la
contradicción angustiosa bajo la advocación de Passolini, amo este mundo que
detesto.
En esta publicación hago
un pequeño homenaje a uno de los escritos de su conjunto de poemas “Tu piel
vuelve a mi boca (1988-1991)”. En ellos encontré los más bellos, nostálgicos y
tristes retratos de sus personajes (ciudades, amantes, cementerios, despedidas,
amores). No soy poeta, sin
embargo, soy una mujer loca por la vida. Mantén
algo vivo, es un retrato que hice de mi misma para no sentirme sola, para
comprenderme mejor, para hacerme compañía. Gracias Gaspar!
~
MANTÉN ALGO VIVO
Eres demasiado grande (y no se refería al peso o tamaño), dijo Alfonso
la última vez que vio los grandes ojos de Lina. Él, se desvaneció.
Pasó la primavera,
concluyó un duro verano, y se olía la cercanía del otoño. Los días eran blancos
y lluviosos; hasta hace poco Lina aprendió a disfrutar el caminar bajo la
lluvia, en realidad, estando todavía con Alfonso detestaba que cuando caían
tremendas trombas en la ciudad los adoquines mal puestos de las banquetas le
salpicaran sus caprichosas pantorrillas.
Después de algunos años de
compartir complicidades, chistes locales, de reinventar sus almas y crecer
juntos, Lina, pensó: “En ese último tiempo y espacio en común con Alfonso se
dijo lo más sincero y doloroso desde hace ya algún rato.”
Las vivencias
experimentadas por Lina a sus escasos pero agudos 36 le habían clavado una idea
en la cabeza, “La honestidad no se halla en cualquier persona, y muchas
licencias se toman para lastimar a los que más se dice y cree amar”. Le tomó un par de meses reconocer que
Alfonso había huido; y, sin duda alguna, había dejado claras señales desde hace
algunos cielos atrás.
Un jueves 27 de enero ya
caída la noche, Lina, recorrió el barrio de Santa María la Ribera, siempre le
fascinó la magia y encanto de sus calles, sus casonas porfirianas, y su bellos
callejones repletos de jacarandas. Miraba a lo alto, por última vez, las
ventanas circulares que tanta curiosidad le despertaban. Cuando llegó al
departamento de la calle Naranjo sólo tenía en mente recoger a Magnolia. Al
subir las escaleras se percató de su gran ausencia. Entró al que alguna vez fue
su hogar, esperaba encontrarla reposando en algún brillante rincón. Echó un
vistazo en la estancia ya vacía, en la dolorosa recámara, en el baño impávido y
sucio, sólo quedaba la cocina.
Lina se quebró al ver a
Magnolia muerta en el fregadero helado, ni una sola de sus hojas estaba viva,
Alfonso no había cumplido lo prometido. Por fin comprendió, algo se había roto,
Ella. (Julio,2011).
Gerbera y Magnolia. México, 2010. |
**A propósito de poetas. El sábado por la noche disfruté de la
compañía de Antony y la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México. Interpretó
sus bellas rolas: sencillas, punzantes, donde desnuda su alma, de esas que te
erizan la piel. Disfruté a solas de
sus armonías de luz, sonido, y silencios; y mientras transcurría el tiempo, escuchaba
a la banda moquear. Kiss my name, I fell in love with a death boy, y Hope there´s
some one me recordaron que no estoy sola** Antony, es bello.
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