Consigna
Hay que intentar
destruirse cada noche
para saborear con fortuna
la limpieza ofensiva del alba
Gaspar
Aguilera Díaz.
Malditos
obesos, pensé. Iba rumbo al gimnasio. Ansiaba subirme en la caminadora elíptica
y correr mis respectivos 45 minutos del día; alrededor de 7 kilómetros. No
tengo una meta fijada, sólo me gusta correr. Cada vez ando más, me canso menos, y disfruto el recorrido; en realidad no
llego a ningún sitio, o por lo menos no físicamente. Mi mente (lo que sea que esto
sea, aunque tangible no es) se halla en otro lugar. Me gusta sentirme ausente,
completamente ajena a todo lo que me rodea; ajena a mis angustias, ajena a mis
miedos, ajena a todos los que me rodean. Ese día en particular sentí una gran
repugnancia por la gente obesa, o gorditos, como solemos decirles de cariñito. La
mayoría que he observado es lenta, torpe, grosera, insulsa, son unos cínicos. A
parte de invadir dos lugares en el transporte público debido a su
voluptuosidad, uno tiene que chutarse el restriego de sus carnes sudorosas y
de paso fumarse el olor de sus grasientos charritos (que en otras ocasiones me
hubieran parecido lo más exquisito después de una tarde calurosa caminando bajo
la sombra de los árboles de un parque). Ese día la codiciada paciencia no fue
mi compañera, no fui amable, no le di ninguna oportunidad a la gente. De los 15
que íbamos trepados y prensados con las uñas de los tubos del camión rumbo a
Indios Verdes, ocho de ellos tenían carnita de más colgando de la cintura. Cuando
llegué a mi destino y bajé del autobús, alcancé a percibir el olor de unos
exquisitos pollos rostizados, tal deleite para mí nariz provenía del negocio localizado
en contraesquina del gimnasio al que asisto, ahí estaba, “El pollo feliz”,
muerto, pero feliz. Este delicioso animalito, al que seguro engordaron con
hormonas y quién sabe cuánta chingadera más, representa la alegría y
satisfacción del apetito lujuriante de esos gorditos (Demonios, mataría por una
tortita de pollo rostizado, con aguacate, mayonesa, sus rajitas, ¡mmmm!). Cuando
apreté el paso imaginé a todos esos gorditos dando vueltas como esos pollos
rostizados, me reí fuerte a mis adentros.
Mientras
terminaba la última serie de abdominales observaba mi panza contraerse con cada
uno de mis movimientos. Pensaba en las texturas descubiertas por los cuerpos
desbordantes que había imaginado arder hace un par de horas. Sus pieles,
algunas flácidas, algunas gruesas. Expansivas, siempre húmedas. Su textura es
pegajosa, asfixiante, invasiva (me pregunto si se protegerán de algo ¿de ellos
mismos? ¿de nosotros?) pareciera que se esconden tras groseras capas de
grasa. Mi traviesa cabecilla los
imaginó como los globos redondos, pero después pensé, ellos no vuelan, no son
ligeros, aire es lo que no tienen; ellos jadean, tratan de aprovechar el
oxígeno en cada una de sus batallosas
inhalaciones y molestas exhalaciones. Algunos parecen burbujas rechonchas
felices, pero de nuevo pensé, ellos nunca vuelan. ¿Qué se necesita para
avanzar? ¿Qué necesitan para volar? Que revienten, que exploten, tal vez es lo
que necesitan.
Mayo 2012, México, D.F.
El que es tragón, desde cómo agarra la cuchara. Mayo 2012 |
*Rolón* Si tan sólo los insulsos tuvieran la consigna de destruir para saborear seguramente gozarían. Adoro la coreografía de los morritos en este video (uno de mis favoritos).
"Our love was lost. But now we´ve found it"