27 de mayo de 2012

!Happy meat balls!


Consigna
Hay que intentar
destruirse cada noche
para saborear con fortuna
la limpieza ofensiva del alba
Gaspar Aguilera Díaz.

Malditos obesos, pensé. Iba rumbo al gimnasio. Ansiaba subirme en la caminadora elíptica y correr mis respectivos 45 minutos del día; alrededor de 7 kilómetros. No tengo una meta fijada, sólo me gusta correr. Cada vez ando más, me canso menos, y disfruto el recorrido; en realidad no llego a ningún sitio, o por lo menos no físicamente. Mi mente (lo que sea que esto sea, aunque tangible no es) se halla en otro lugar. Me gusta sentirme ausente, completamente ajena a todo lo que me rodea; ajena a mis angustias, ajena a mis miedos, ajena a todos los que me rodean. Ese día en particular sentí una gran repugnancia por la gente obesa, o gorditos, como solemos decirles de cariñito. La mayoría que he observado es lenta, torpe, grosera, insulsa, son unos cínicos. A parte de invadir dos lugares en el transporte público debido a su voluptuosidad, uno tiene que chutarse el restriego de sus carnes sudorosas y de paso fumarse el olor de sus grasientos charritos (que en otras ocasiones me hubieran parecido lo más exquisito después de una tarde calurosa caminando bajo la sombra de los árboles de un parque). Ese día la codiciada paciencia no fue mi compañera, no fui amable, no le di ninguna oportunidad a la gente. De los 15 que íbamos trepados y prensados con las uñas de los tubos del camión rumbo a Indios Verdes, ocho de ellos tenían carnita de más colgando de la cintura. Cuando llegué a mi destino y bajé del autobús, alcancé a percibir el olor de unos exquisitos pollos rostizados, tal deleite para mí nariz provenía del negocio localizado en contraesquina del gimnasio al que asisto, ahí estaba, “El pollo feliz”, muerto, pero feliz. Este delicioso animalito, al que seguro engordaron con hormonas y quién sabe cuánta chingadera más, representa la alegría y satisfacción del apetito lujuriante de esos gorditos (Demonios, mataría por una tortita de pollo rostizado, con aguacate, mayonesa, sus rajitas, ¡mmmm!). Cuando apreté el paso imaginé a todos esos gorditos dando vueltas como esos pollos rostizados, me reí fuerte a mis adentros.
Mientras terminaba la última serie de abdominales observaba mi panza contraerse con cada uno de mis movimientos. Pensaba en las texturas descubiertas por los cuerpos desbordantes que había imaginado arder hace un par de horas. Sus pieles, algunas flácidas, algunas gruesas. Expansivas, siempre húmedas. Su textura es pegajosa, asfixiante, invasiva (me pregunto si se protegerán de algo ¿de ellos mismos? ¿de nosotros?) pareciera que se esconden tras groseras capas de grasa.  Mi traviesa cabecilla los imaginó como los globos redondos, pero después pensé, ellos no vuelan, no son ligeros, aire es lo que no tienen; ellos jadean, tratan de aprovechar el oxígeno en  cada una de sus batallosas inhalaciones y molestas exhalaciones. Algunos parecen burbujas rechonchas felices, pero de nuevo pensé, ellos nunca vuelan. ¿Qué se necesita para avanzar? ¿Qué necesitan para volar? Que revienten, que exploten, tal vez es lo que necesitan.  

Mayo 2012, México, D.F.


El que es tragón, desde cómo agarra la cuchara. Mayo 2012
*Rolón* Si tan sólo los insulsos tuvieran la consigna de destruir para saborear seguramente gozarían. Adoro la coreografía de los morritos en este video (uno de mis favoritos). "Our love was lost. But now we´ve found it"

21 de mayo de 2012

Obsesa de la memoria



 Leer poesía. Siempre he creído que estos locos, los poetas,  digieren todo lo que hay en este mundo de una forma avasalladora; escupen palabras como un remolino, implacables, devastadores, precisos y a la vez, sutiles. Leo a Gaspar Aguilera Díaz, poeta y periodista chihuahuense que con su libro: Los ritos del obseso, me ha hecho recordar y sentir de nueva cuenta las punzadas que ha sufrido el músculo repartidor de sangre. Ese órgano que no es de hojalata, pero que curiosamente se rompe. En lo que va de sus páginas me he identificado con varios de los ritos de este obseso. En particular, uno que he descubierto, tal vez sea una mala costumbre. Contar las cosas buenas, inclinarse por las alegrías, resulta para mí reconfortante, es una forma de estar y transitar por esta vida, en realidad me gusta y gozo, pero dejó de ser suficiente. Ahora pienso que nunca contar las cosas malas, el tratar de conservarlas sólo para mí, el aferrarme a mantener un diálogo solitario con el coeur y la tête, en realidad puede ser un defecto. Tiene poco más de un par de años que me aferro también a contar las cosas malas que suceden. ¿Cómo va adivinar la gente lo que siento? ¿Cómo van a saber lo que necesito, lo que me aterra? ¿Cómo lo van a saber si sólo cuento las cosas buenas?
En las postales del (o los) obseso(s) de Gaspar se dibuja todo lo “sweet and sour”, se disfruta como bien dice la presentación de este libro: la contradicción angustiosa bajo la advocación de Passolini, amo este mundo que detesto.

En esta publicación hago un pequeño homenaje a uno de los escritos de su conjunto de poemas “Tu piel vuelve a mi boca (1988-1991)”. En ellos encontré los más bellos, nostálgicos y tristes retratos de sus personajes (ciudades, amantes, cementerios, despedidas, amores).  No soy poeta, sin embargo, soy una mujer loca por la vida. Mantén algo vivo, es un retrato que hice de mi misma para no sentirme sola, para comprenderme mejor, para hacerme compañía. Gracias Gaspar!
~
MANTÉN ALGO VIVO

Eres demasiado grande (y no se refería al peso o tamaño), dijo Alfonso la última vez que vio los grandes ojos de Lina. Él, se desvaneció.
Pasó la primavera, concluyó un duro verano, y se olía la cercanía del otoño. Los días eran blancos y lluviosos; hasta hace poco Lina aprendió a disfrutar el caminar bajo la lluvia, en realidad, estando todavía con Alfonso detestaba que cuando caían tremendas trombas en la ciudad los adoquines mal puestos de las banquetas le salpicaran sus caprichosas pantorrillas.  
Después de algunos años de compartir complicidades, chistes locales, de reinventar sus almas y crecer juntos, Lina, pensó: “En ese último tiempo y espacio en común con Alfonso se dijo lo más sincero y doloroso desde hace ya algún rato.”
Las vivencias experimentadas por Lina a sus escasos pero agudos 36 le habían clavado una idea en la cabeza, “La honestidad no se halla en cualquier persona, y muchas licencias se toman para lastimar a los que más se dice y cree amar”.  Le tomó un par de meses reconocer que Alfonso había huido; y, sin duda alguna, había dejado claras señales desde hace algunos cielos atrás.
Un jueves 27 de enero ya caída la noche, Lina, recorrió el barrio de Santa María la Ribera, siempre le fascinó la magia y encanto de sus calles, sus casonas porfirianas, y su bellos callejones repletos de jacarandas. Miraba a lo alto, por última vez, las ventanas circulares que tanta curiosidad le despertaban. Cuando llegó al departamento de la calle Naranjo sólo tenía en mente recoger a Magnolia. Al subir las escaleras se percató de su gran ausencia. Entró al que alguna vez fue su hogar, esperaba encontrarla reposando en algún brillante rincón. Echó un vistazo en la estancia ya vacía, en la dolorosa recámara, en el baño impávido y sucio, sólo quedaba la cocina.
Lina se quebró al ver a Magnolia muerta en el fregadero helado, ni una sola de sus hojas estaba viva, Alfonso no había cumplido lo prometido. Por fin comprendió, algo se había roto, Ella. (Julio,2011).

Gerbera y Magnolia. México, 2010.
 
**A propósito de poetas. El sábado por la noche disfruté de la compañía de Antony y la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México. Interpretó sus bellas rolas: sencillas, punzantes, donde desnuda su alma, de esas que te erizan la piel. Disfruté a solas de  sus armonías de luz, sonido, y silencios; y mientras transcurría el tiempo, escuchaba a la banda moquear.  Kiss my name, I fell in love with a death boy, y Hope there´s some one me recordaron que no estoy sola**  Antony, es bello.