Mamá encapsulada. © Eve Alcalá |
Cuando
inicié esta búsqueda sabía que el naufragio era una posibilidad. Lo único de lo
que ahora soy consciente es de mi gran necesidad por comprender qué nos pasó.
Mi
padre no ha muerto. Sin embargo, siempre he tenido la sensación de que está
ausente. Es un ingeniero electrónico mecánico, orgullosamente PUMA, un hombre
metódico, lógico y adicto a los manuales con instrucciones precisas. Posee la
manía de conservar ciertos objetos. Reliquias
las llamaría yo. Arturo encapsula los vestigios de hechos pasados. Guarda su
memoria a través de estos objetos que resguardan sus recuerdos.
Tuve
el atrevimiento de hurgar en su memoria extraíble. He tomado sus reliquias
mientras él está con vida porque creo que cuando el dueño de objetos con valor sentimental
muere, éstos, adquieren otro significado. Sus cápsulas del tiempo han tomado
vida. Me encuentro trazando la anatomía de un satélite. Mi padre, quien a la
vez está y no está. Ahora cobra vida a través de su archivo. Él, aun no lo
sabe.
He
decidido continuar este viaje sin saber a dónde llegaré con exactitud; la
garantía de reconciliación no está dada. Estoy convencida de que soy una obsesa
de la memoria y de que sólo se puede conocer un poco más a otro ser humano en
la medida en que él se quiera dar a conocer (ya
lo dijo Auster mientras emprendió su búsqueda en La invención de la soledad). A pesar de la relación fría y distante
que mantengo con mi satélite, sé que sus vestigios son una llave para abrir, recuperar,
deconstruir, y reconstruir las puertas que atesoran un pedacito de nuestra
historia. Es un reclamo. Un reclamo para entrar en la órbita que me quitaron.
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