20 de julio de 2012

Disección de un espacio

Para ver, hay que aprender a escuchar. Satélite, 2012.


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Me gusta esta época del año donde las nubes se mueven rápido y revientan. Este tiempo cuando el cielo está por un instante besando la tierra en forma de charcos, calándole las entrañas; como azúcar espolvoreada en los parabrisas de los autos. Este tiempo donde podríamos beber té a mares; donde los náufragos están a la vuelta de cada esquina, a la deriva. Donde la gente podría caminar bajo el follaje de los árboles y bañar sus culpas con el rocío. Me gusta este tiempo en que las bancas están vacías y los grillos cantan más fuerte. Esta época en donde todo crece, en donde todo huele a verde, y a  tierra mojada; este tiempo habitado por millones de reflejos de aquello que parece ser la realidad. Este tiempo que acerca a las parejas en su caminar y que hace que nosotros, los solos, disfrutemos la detonación de las gotas sobre el pavimento. Este tiempo resbaladizo plagado de ecos que rompe en recuerdos cargados de olores, sabores e imágenes; este tiempo del que corremos y del que inútilmente tratamos de protegernos bajo la sombra de un paraguas, como si este tiempo quisiera dañarnos.
Este tiempo alberga el mes de abril y la despedida que tuvimos bajo la lluvia, mientras asomabas tu cabecita blanca y el eco rebotaba en todo Tlatelolco, donde las paredes escurrían tu nombre: “Socorro”.

*Desperado, una rolita interpretada por el buen J. Cash. Un jueves mientras llovía recio afuera, Lui, con una copa de vino me dijo: "las canciones sanan". Y Desperado le puso calma a muchas emociones y rabia que traía atoradas esa noche. Me dio la fuerza para saberme una cobarde, estaba siendo uno de esos seres que me ha tocado batear duro en esta vida. Gracias, Lui, por sanarme con lo que más amas y darme la valentía para arrojarme y dejar de habitar ese sitio tan anti-eve*.

9 de julio de 2012

Origen [de la serie, Postales]


Era lunes, una ligera llovizna derramaba de las sesgadas nubes; cuando llegamos al cruce de Reforma y Cuauhtémoc el semáforo indicaba alto total. Íbamos de regreso a casa, mamá, con cierta angustia en su rostro me dijo: “Sabes, a veces siento que ya viví ésto. Justo este momento en el que estamos tú y yo ahora”. La noté angustiada y lo primero que pensé decirle para tranquilizarla y porque me parecía lo más lógico fue, “A eso se le llama Déjà vu, significa lo ya visto, má. Es la sensación de ya haber experimentado esta situación. No te preocupes, a todos nos ha pasado alguna vez. No estás loca”. Quise evitar decirle loca, pero ya la había regado. 

Después de unos cuantos segundos con más confianza en su semblante, dijo: “A veces no sé qué pensar de todo lo que sueño. Presiento que van a pasar ciertas cosas, y sí, suceden. Siempre suceden. Desde pequeña me ha pasado; cuando le contaba a tu abuela no me decía mucho, sólo decía que en mis sueños no había nada de malo, que no tuviera miedo”.  Mientras ella hablaba de eso yo recordé cuando recién había regresado a casa, después de mi ruptura con Ramón. Mi memoria se traslado a ese tiempo, al instante donde estaba tirando moco en el comedor, sin probar una pizca del huevito con chorizo que mi mami me había preparado. Ella se sentó a mi lado, me tomó la mano, guardó silencio mientras yo lloraba y temblaba. De las muchas palabras que me dijo durante esta etapa me acuerdo en particular de estas: “Yo ya sabía que no te quedarías con ese muchacho, él no era la pasita que te acompañaría hasta donde tuvieran que llegar. No te dije nada cuando decidieron irse a vivir juntos porque finalmente es tu vida, son tus decisiones y sólo se aprende haciendo y aceptando las consecuencias de tus actos. No es que me cayera mal, tú sabes cuánto lo quisimos, pero yo ya sabía que eso pasaría, lo soñé. Dime loca, pero siempre supe que no te quedarías con él”. Mi mamá es una pitonosa, así como esta premonición, Ariadna me ha contado muchas otras; y lo más curioso es que se han cumplido tal y como ella las había visto. No le gusta mucho hablar sobre eso, tiene el temor de que la señalen como una chiflada. 

Nos encontrábamos a pocas cuadras de llegar a casa. La lluvia había arreciado. Le pregunté un poco temerosa ¿Qué pasará conmigo, má?. Ariadna respondió muy segura y con voz triste. Tú te vas. Te casas y te vas. Veo que Ernesto (mi primo, prácticamente un hermano) nos abandona, bueno… él parte. También veo que el problemita que Ximena tiene en su órgano reproductor no se va a resolver, será toda una guerrera, ella va a estar bien. Me quedo sola, yo sé que me voy a quedar sola. Y no es que tenga miedo de eso, simplemente a veces no sé qué pensar de esto que sueño y veo. 

La vi de nuevo preocupada. Tomé su pequeña mano. Mamá, todo está bien contigo. No te pasa nada malo. Y créeme, nadie cree que estés loca, dije. Ari, guardó silencio. Bajamos corriendo del carro. Cuando ella estaba abriendo el portón y el agua escurría por su cabecita me volvió a decir cabizbaja: Sí, te vas a casar, aunque no creas en ello. Te casarás y te irás, así te veo.

Ante los desastres, mi jefa siempre está ahí. Ayer, 8 de julio, fue su cumpleaños y no estuve con ella. Estamos lejos, sólo físicamente. A pesar de que ella ve que me voy, sé que siempre nos unirá “algo”, no sé cómo nombrarlo. Pero sé que aunque siga, ella, de (o con) una u otra forma siempre va estar conmigo. 


Eve y Ary, 14 de febrero de 1987.





Cuando Eve salió de casa. Julio 2010




*Esta fotografía la tomé en el cuarto de mis papás. Arturo fue quien nos puso a mi mamá y a mí en ese recuadro. En realidad nunca le había puesto tanta atención hasta hace unos días. En ese recuadro debería estar una foto de mi papá, no yo. Lo interpreté como una señal más; ella y yo estaremos juntas, donde sea y como sea. Limpié el marco y me percaté de que al reverso tenía anotada la fecha de las fotos, febrero de 1987. Mi papá tiene esa costumbre, anota las fechas a todo; a las fotos, a las servilletas, a las notas, a las deudas, a las cajas de medicamentos, incluso a los mismos calendarios, a las tarjetas de felicitación (las que suele regalarme el día de mi cumpleaños y en las que escribe que me quiere. Arturo rara vez me lo dice, esas palabras sólo salen de su boca una o dos veces al año, no es bueno hablando de sus emociones. Y la verdad me gusta no ser como él en ese aspecto, me implicó mucho trabajo, pero esa mala costumbre no la quería seguir teniendo. Yo prefiero usar mi boca y lengua para decir esas dos palabras, me gusta enunciar y escuchar lo que siento, lo que experimenta todo mi cuerpo). Al reverso también anotó una fecha que yo había olvidado, domingo 11 de julio de 2010, cuando Eve se fue de casa. Otra sentimiento acallado, escrito, palabras que desembocaron como lagrimitas sobre mis cachetes regordetes.