Era
lunes, una ligera llovizna derramaba de las sesgadas nubes; cuando llegamos al
cruce de Reforma y Cuauhtémoc el semáforo indicaba alto total. Íbamos de
regreso a casa, mamá, con cierta angustia en su rostro me dijo: “Sabes, a veces siento que ya viví ésto.
Justo este momento en el que estamos tú y yo ahora”. La noté angustiada y lo
primero que pensé decirle para tranquilizarla y porque me parecía lo más lógico
fue, “A eso se le llama Déjà vu, significa lo ya visto, má. Es
la sensación de ya haber experimentado esta situación. No te preocupes, a todos
nos ha pasado alguna vez. No estás loca”. Quise evitar decirle loca, pero
ya la había regado.
Después de unos cuantos segundos con más confianza
en su semblante, dijo: “A veces no sé qué
pensar de todo lo que sueño. Presiento que van a pasar ciertas cosas, y sí,
suceden. Siempre suceden. Desde pequeña me ha pasado; cuando le contaba a tu
abuela no me decía mucho, sólo decía que en mis sueños no había nada de malo,
que no tuviera miedo”.
Mientras ella hablaba de eso yo recordé cuando recién había regresado a
casa, después de mi ruptura con Ramón. Mi memoria se traslado a ese tiempo, al
instante donde estaba tirando moco en el comedor, sin probar una pizca del
huevito con chorizo que mi mami me había preparado. Ella se sentó a mi lado, me
tomó la mano, guardó silencio mientras yo lloraba y temblaba. De las muchas
palabras que me dijo durante esta etapa me acuerdo en particular de estas: “Yo ya sabía que no te quedarías con ese
muchacho, él no era la pasita que te acompañaría hasta donde tuvieran que
llegar. No te dije nada cuando decidieron irse a vivir juntos porque finalmente
es tu vida, son tus decisiones y sólo se aprende haciendo y aceptando las
consecuencias de tus actos. No es que me cayera mal, tú sabes cuánto lo
quisimos, pero yo ya sabía que eso pasaría, lo soñé. Dime loca, pero siempre
supe que no te quedarías con él”. Mi mamá es una pitonosa, así como esta
premonición, Ariadna me ha contado muchas otras; y lo más curioso es que se han
cumplido tal y como ella las había visto. No le gusta mucho hablar sobre eso,
tiene el temor de que la señalen como una chiflada.
Nos encontrábamos a pocas cuadras de llegar a casa.
La lluvia había arreciado. Le pregunté un poco temerosa ¿Qué pasará conmigo, má?. Ariadna respondió muy segura y con voz
triste. Tú te vas. Te casas y te vas. Veo que Ernesto (mi primo, prácticamente
un hermano) nos abandona, bueno… él parte. También veo que el problemita que
Ximena tiene en su órgano reproductor no se va a resolver, será toda una
guerrera, ella va a estar bien. Me quedo sola, yo sé que me voy a quedar sola. Y
no es que tenga miedo de eso, simplemente a veces no sé qué pensar de esto que
sueño y veo.
La vi de nuevo preocupada. Tomé su pequeña mano.
Mamá, todo está bien contigo. No te pasa nada malo. Y créeme, nadie cree que
estés loca, dije. Ari, guardó silencio. Bajamos corriendo del carro. Cuando
ella estaba abriendo el portón y el agua escurría por su cabecita me volvió a
decir cabizbaja: Sí, te vas a casar, aunque no creas en ello. Te casarás y te
irás, así te veo.
Ante los desastres, mi jefa siempre está ahí. Ayer, 8 de julio, fue su cumpleaños y no estuve con ella. Estamos lejos, sólo físicamente. A pesar
de que ella ve que me voy, sé que siempre nos unirá “algo”, no sé cómo
nombrarlo. Pero sé que aunque siga, ella, de (o con) una u otra forma siempre
va estar conmigo.
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Eve y Ary, 14 de febrero de 1987. |
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Cuando Eve salió de casa. Julio 2010 |
*Esta
fotografía la tomé en el cuarto de mis papás. Arturo fue quien nos puso a mi
mamá y a mí en ese recuadro. En realidad nunca le había puesto tanta atención
hasta hace unos días. En ese recuadro debería estar una foto de mi papá, no yo.
Lo interpreté como una señal más; ella y yo estaremos juntas, donde sea y como
sea. Limpié el marco y me percaté de que al reverso tenía anotada la fecha de
las fotos, febrero de 1987. Mi papá tiene esa costumbre, anota las fechas a
todo; a las fotos, a las servilletas, a las notas, a las deudas, a las cajas de
medicamentos, incluso a los mismos calendarios, a las tarjetas de felicitación
(las que suele regalarme el día de mi cumpleaños y en las que escribe que me
quiere. Arturo rara vez me lo dice, esas palabras sólo salen de su boca una o
dos veces al año, no es bueno hablando de sus emociones. Y la verdad me gusta
no ser como él en ese aspecto, me implicó mucho trabajo, pero esa mala
costumbre no la quería seguir teniendo. Yo prefiero usar mi boca y lengua para
decir esas dos palabras, me gusta enunciar y escuchar lo que siento, lo que
experimenta todo mi cuerpo). Al reverso también anotó una fecha que yo había
olvidado, domingo 11 de julio de 2010, cuando
Eve se fue de casa. Otra sentimiento acallado, escrito, palabras que
desembocaron como lagrimitas sobre mis cachetes regordetes.