To have you, I put you in a jar. |
Llegué
con el paquete electoral poco antes de las ocho. En la esquina ya se
encontraban los buitres de Tv Azteca. La entrega de boletas para presidente,
diputados y senadores las comencé a repartir como a las 8:45; algunos vecinos
estaban impacientes, debían partir a sus trabajos. Lo malo es que el IFE nunca
informa a la ciudadanía que a partir de las 8:00 am se inicia el armado de la
casilla, y no que a las 8:00 ya pueden emitir su voto, por eso, me llevé un par
de mentadas.
Parecía que no llovería, estaba un poco preocupada
porque la colocación de la casilla donde fui presidenta se encontraba en un
patio muy angosto sin techo. El IFE, se lució con una insipiente lona, qué
digo, con un retazo de costal que no cubría ni la mitad del lugar. El cual, por
cierto, compartíamos con los compañeros del Instituto Electoral del Distrito
Federal. La gente nunca paró de llegar. A todos por igual saludaba y daba los
buenos días, algunas veces recibía el saludo de vuelta, otras ocasiones recibía
una mala cara acompañada de silencio. Se me había olvidado cómo es la colonia
donde vivo; y de que no soy monedita de oro. La idea de habitar este mundo con
millones de extraños es apabullante, y el hecho de que todos compartiríamos la
misma desgracia durante unas cuantas horas no hacía que nuestra convivencia
fuera más cercana o amable. Pensé, es mucho pedir a la gente un poco de
amabilidad ¿por qué nos cuesta tanto? probablemente no solucionaría los
conflictos y arrebatos procurados y generados por toda la humanidad pero si no
podemos siquiera con eso seguro nuestro naufragio continuará.
A los representantes de partidos políticos nunca me
los quité de encima, estaban al pendiente de todo, al final de la jornada
recibirían mil pesos por aguantar hasta el conteo del último voto. Desde que
llegaron fui muy clara, no estorben, déjenos hacer bien nuestro trabajo y no se
metan con la gente que viene a votar. Si hacen eso, nos llevaremos bien. La
gente no paraba de llegar; algunos contentos, entusiasmados, otros ansiosos, otros
con más cara de obligados que nada. Vi muchas caras conocidas, la mayoría
salían con un semblante de satisfacción, otros no podían ocultar su
emputamiento y uno que otro reflejaba tristeza.
Comenzó un fuerte aguacero como a las tres de la
tarde, y como suponía desde un inicio, el retazo de costal proporcionado por el
IFE sirvió para pura madre. Tanto pinche dinero que maman esos cabrones y no
pudieron preverlo. Desde que acepté el nombramiento sabía que esta institución
era una mierda. Por la lluvia, las actas y boletas electorales comenzaron a
arrugarse por lo que suspendí momentáneamente las votaciones. Para mi suerte
cuando levantamos a prisa todo el material llegó una de las vecinas más
mitoteras de toda la colonia. Una señora entre 40 y 50 años, con evidente sobrepeso
y el cabello oxigenado; la acompañaban uno de los drogos y rateros más
conocidos de la colonia, el “Sinoreja”. Comenzó a gritar y a barrerme de arriba
abajo, diciendo: “Esto no lo puedes hacer, tú quién eres para no dejarme votar.
Pero ahorita mismo voy a llamarle a la televisión (sí, la señora tomaría un
teléfono y le marcaría a su televisor) para que vean que lo que haces está mal.
Me estoy empapando y es tu culpa, por tus huevos nos chingamos todos. Y te
estoy tomando fotos y grabando, y te voy a subir para que la gente vea”. Aunque
quise explicarle, nunca me dejó hablar, ella gritaba y maldecía. La dejé
gritando sola en la calle, y traté de resguardarme en el poco techo de la casa
de la vecina que prestó su patio.
Después de una hora cesó la lluvia. Volvimos a
instalar la casilla y marabunta se dejó venir. Y mientras arrancaba las
chafisimas boletas electorales que prácticamente dejaron sin huella digital a
mi pulgar derecho; veía desfilar a los muchos México(s), todos ellos
corrían en direcciones opuestas. Mientras tanto la vieja mitotera estaba afuera
gritando grosería y media frente a las cámaras de TvAzteca, el barullo en la
Valle Gómez no pudo faltar ese día. A las seis en punto salí a dar una ficha a
la última persona formada en la fila y pedí a mi mamá me hiciera el paro para
checar que nadie más se metiera a la fila. Hizo bien el paro ya que el
representante del PRI y la presidenta del IEDF salieron a preguntar quién era
la última persona con ficha para que ella dejara meter a más gente. Mi jefa aguerrida,
les dijo que eso no estaban violando la ley y que no los dejaría.
No
seguiré más con el cuento de ese día. Soy presa de un profundo desencanto. Tanto,
que tardé tres meses en regresar a estas palabras que sólo reflejan un caminar
en círculos; palabras que vislumbran la
nada porque esta cosa que llamamos humanidad
y que tanto me preocupa pareciera gozar la continua destrucción; adicta a un
disfrute del vicio y del dolor. Donde los “otros”
siempre serán el eterno inaprensible.
Pese a todo, me aferro a ser amable y
a caminar entre los escombros con la firme convicción de que es en este momento
y no en un futuro cuando se puede hacer lo mejor. Ante tanta insolencia no queda más que crear y
recrear los mitos; esas invenciones que dan certidumbre al hombre. Confío en
nuestra imaginación para seguir exiliándonos de esas instituciones y dogmas
caducos, haciendo de nuestro estar,
una forma de seguir creyendo en ese concepto amorfo y romántico llamado humanidad.