9 de septiembre de 2012

Pese a todo


To have you, I put you in a jar.


Llegué con el paquete electoral poco antes de las ocho. En la esquina ya se encontraban los buitres de Tv Azteca. La entrega de boletas para presidente, diputados y senadores las comencé a repartir como a las 8:45; algunos vecinos estaban impacientes, debían partir a sus trabajos. Lo malo es que el IFE nunca informa a la ciudadanía que a partir de las 8:00 am se inicia el armado de la casilla, y no que a las 8:00 ya pueden emitir su voto, por eso, me llevé un par de mentadas.

Parecía que no llovería, estaba un poco preocupada porque la colocación de la casilla donde fui presidenta se encontraba en un patio muy angosto sin techo. El IFE, se lució con una insipiente lona, qué digo, con un retazo de costal que no cubría ni la mitad del lugar. El cual, por cierto, compartíamos con los compañeros del Instituto Electoral del Distrito Federal. La gente nunca paró de llegar. A todos por igual saludaba y daba los buenos días, algunas veces recibía el saludo de vuelta, otras ocasiones recibía una mala cara acompañada de silencio. Se me había olvidado cómo es la colonia donde vivo; y de que no soy monedita de oro. La idea de habitar este mundo con millones de extraños es apabullante, y el hecho de que todos compartiríamos la misma desgracia durante unas cuantas horas no hacía que nuestra convivencia fuera más cercana o amable. Pensé, es mucho pedir a la gente un poco de amabilidad ¿por qué nos cuesta tanto? probablemente no solucionaría los conflictos y arrebatos procurados y generados por toda la humanidad pero si no podemos siquiera con eso seguro nuestro naufragio continuará.


A los representantes de partidos políticos nunca me los quité de encima, estaban al pendiente de todo, al final de la jornada recibirían mil pesos por aguantar hasta el conteo del último voto. Desde que llegaron fui muy clara, no estorben, déjenos hacer bien nuestro trabajo y no se metan con la gente que viene a votar. Si hacen eso, nos llevaremos bien. La gente no paraba de llegar; algunos contentos, entusiasmados, otros ansiosos, otros con más cara de obligados que nada. Vi muchas caras conocidas, la mayoría salían con un semblante de satisfacción, otros no podían ocultar su emputamiento y uno que otro reflejaba tristeza.

Comenzó un fuerte aguacero como a las tres de la tarde, y como suponía desde un inicio, el retazo de costal proporcionado por el IFE sirvió para pura madre. Tanto pinche dinero que maman esos cabrones y no pudieron preverlo. Desde que acepté el nombramiento sabía que esta institución era una mierda. Por la lluvia, las actas y boletas electorales comenzaron a arrugarse por lo que suspendí momentáneamente las votaciones. Para mi suerte cuando levantamos a prisa todo el material llegó una de las vecinas más mitoteras de toda la colonia. Una señora entre 40 y 50 años, con evidente sobrepeso y el cabello oxigenado; la acompañaban uno de los drogos y rateros más conocidos de la colonia, el “Sinoreja”. Comenzó a gritar y a barrerme de arriba abajo, diciendo: “Esto no lo puedes hacer, tú quién eres para no dejarme votar. Pero ahorita mismo voy a llamarle a la televisión (sí, la señora tomaría un teléfono y le marcaría a su televisor) para que vean que lo que haces está mal. Me estoy empapando y es tu culpa, por tus huevos nos chingamos todos. Y te estoy tomando fotos y grabando, y te voy a subir para que la gente vea”. Aunque quise explicarle, nunca me dejó hablar, ella gritaba y maldecía. La dejé gritando sola en la calle, y traté de resguardarme en el poco techo de la casa de la vecina que prestó su patio.

Después de una hora cesó la lluvia. Volvimos a instalar la casilla y marabunta se dejó venir. Y mientras arrancaba las chafisimas boletas electorales que prácticamente dejaron sin huella digital a mi pulgar derecho; veía desfilar a los muchos México(s),  todos ellos corrían en direcciones opuestas. Mientras tanto la vieja mitotera estaba afuera gritando grosería y media frente a las cámaras de TvAzteca, el barullo en la Valle Gómez no pudo faltar ese día. A las seis en punto salí a dar una ficha a la última persona formada en la fila y pedí a mi mamá me hiciera el paro para checar que nadie más se metiera a la fila. Hizo bien el paro ya que el representante del PRI y la presidenta del IEDF salieron a preguntar quién era la última persona con ficha para que ella dejara meter a más gente. Mi jefa aguerrida, les dijo que eso no estaban violando la ley y que no los dejaría.

   No seguiré más con el cuento de ese día. Soy presa de un profundo desencanto. Tanto, que tardé tres meses en regresar a estas palabras que sólo reflejan un caminar en círculos; palabras que vislumbran la nada porque esta cosa que llamamos humanidad y que tanto me preocupa pareciera gozar la continua destrucción; adicta a un disfrute del vicio y del dolor. Donde los “otros” siempre serán el eterno inaprensible. Pese a todo, me aferro a ser amable y a caminar entre los escombros con la firme convicción de que es en este momento y no en un futuro cuando se puede hacer lo mejor. Ante tanta insolencia no queda más que crear y recrear los mitos; esas invenciones que dan certidumbre al hombre. Confío en nuestra imaginación para seguir exiliándonos de esas instituciones y dogmas caducos, haciendo de nuestro estar, una forma de seguir creyendo en ese concepto amorfo y romántico llamado humanidad.