Estaba
sentada en las rocas al lado de los carritos chocones. Veía la silenciosa y
oxidada rueda de la fortuna. Pensaba en Lázaro. Trataba de imaginar cómo
habrían sido las luces, los colores, los olores, los algodones de azúcar, las
carcajadas, los gritos horrorizados, los besos, los peinados.
Desde
que partí le escribo una carta cada semana, aunque pareciera que en ese lapso
de tiempo uno no tiene mucho que decir a mí siempre me ha pasado todo lo
contrario.
Aquí
estoy, escribiéndote de nuevo, tratando de describirte la mejor postal de estos
lugares que me he aferrado en visitar. Sitios que alguna vez estuvieron
habitados y llenos de vida. Ahora, la repetición de sus silencios me recuerda
la anatomía de mi antiguo hogar.
Desde
que volvimos a encontrarnos hace unos cinco años tras la muerte de tu hermano,
me así a conservar ciertos hábitos. Entre las páginas de tus libros tenías
tarjetas coleccionables de futbol europeo, tarjetas de presentación, fotografías,
y recuerdo mucho la estampita de astroboy. Comencé a hacer lo mismo. Coloco entre
las páginas del libro que me acompaña objetos que toman el lugar de lo que
sería un separador. Tarjetas de restaurantes, boletos de cine, entradas a
conciertos, panfletos de exposiciones, calcomanías psicodélicas; esos eran los
momentos que enriquecieron la lectura de mi libro. Ahí estabas tú también,
acompañándome en cada uno de ellos.
Así te acordarás de qué estabas
haciendo y sintiendo en ese momento de tu vida, también podrás reírte después
de tus gustos tan ridículos, decías.
Mientras
las olas rompen en las rocas que rodean el parque huelo la niebla cargada de
sal. Te escribo la última carta tratando de no olvidar el último sueño que me
contaste. Llegaba a un lugar donde vendían empanadas de todos sabores. Y ahí,
detrás del mostrador estaba ella, la chica güera, la empanadera. Ese fue un
sueño que emocionó a Lázaro por un rato. Cada vez que encontrábamos un sitio
donde vendieran empanadas yo buscaba a la güerita. Él decía que esas eran cosas
que a nadie le importaban más que él.
Después de cuatro otoños lejos de casa y la aparición de más arrugas en
mi rostro y manos me doy cuenta de que mi afán por buscar estos lugares
abandonados también son cosas que a nadie le importan, más que a mí.
Mi
lejanía sólo ha implicado pérdida, poca o mucha, pero la torpeza sólo implica
eso, pérdida, en realidad no creo que uno consiga llevarse o salir con algo de
más.
Qué torpe he sido por haber dejado ir tanto. Qué torpe he sido con nuestra
historia.
Sólo
espero que algún día deje de escribir torpemente. Te quiero, amigo.
*Este es para ti mi Lui. Porque decidimos que[darnos].*
*Este es para ti mi Lui. Porque decidimos que[darnos].*