“Un extraño deja de
ser extraño cuando se comprende o se hace más claro el desacuerdo o la
diferencia que nos separa de él. Pero en tanto el desacuerdo no sea expuesto y
se llegue a una relación de seres distintos lo que vendrá será una guerra entre
sordos o el meloso romance entre desconocidos a quienes no les interesa saber
nada acerca del otro”.
Guillermo Fadanelli
Insolencia. Literatura y mundo, 2012.
Cuando los extraños mueven, recordé esta frase que repetía
constantemente hace unos cuantos meses. “Es
una persona cobijada por el miedo, en realidad no sabe darse, por eso, abandona
primero”. Así lo había definido. Por qué un extraño mueve, me pregunté. El extraño deja de serlo cuando lo hemos
comprendido, cuando dibujamos claramente su contorno, sus perfiles, cuando lo
hemos aprehendido; cuando se contraponen nuestras diferencias, sólo cuando no
te es ajeno, es cuando te mueve, o te pesa en la cabeza.
“Comprendí que tu color es
indefinido, aunque prefieres detenerte en el gris, color que en realidad,
detesto. Tú, siempre tan teatrero, tan triste, tan egoísta. Tan aferrado a
rodearte de extraños y seguir siendo uno más de ellos”.
Antes
estaba convencida de que el problema tal vez radicaba en querer dejar de ser un
extraño; querer ser y significar a
ese ajeno. Ahora, sé que lo inevitable y jodido radica en querer seguir siendo
un extraño. El mundo está habitado por ellos.
Terminé
de chopear mi pan en el té, y me dije, quiero que este chico permanezca. Éste
no tiene el letrero colgado diciendo “Y ni estaré” como el otro que prefirió
quedarse anclado en casa. Con éste, elegí para no perder, porque me da la gana.
La magia, acontece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario